Tiempo de hojas secas

Todo se desvanece
en mi cuerpo.

Pierdo el coraje a mitad de la noche
como pierdo las llaves de tu sueño.

Soy reo condenado a la amargura
de respirar.

Tuya es la muerte que permuta.
Míos los años,
el sentir.

¿Qué hago con la belleza?

Afuera el alma, la ausencia incendiada.
El deseo de amar.

Los dolores del placer

Una persona consciente, honrada, y moralmente sana, no debiera escribir jamás, ni componer nunca, ni representar tales papeles en el grotesco teatro de la vida.

THOMAS MANN

Tras el cristal la noche amenaza con una atmósfera repleta de chillidos y tumultos. Es imposible concentrarme mientras escucho a las putas ofreciéndose por una minucia, a sus chulos amenazándolas cada cinco minutos con patearles el culo. El claxon de cualquier auto me extrae de las historias que intento escribir y me recuerda que vivo en el centro de la ciudad, condenado al bullicio, a los disturbios, a que se me escape la frase que ahora mismo pensaba magnífica; mañana la recordaré, es muy probable, me consuelo y pego el rostro al cristal que comienza a licuar el vaho que expulso ligeramente. Marcelo ha de estar al llegar, me digo.

Carmen lee en su sillón ajena al cosmos que la circunda, a mi total pesadumbre de escritor que después de publicar un libro de aceptable éxito no logra escribir ni jota. Entrecruza sus muslos permitiendo que el filo de las nalgas se muestre con procacidad; sin embargo, mis ojos buscan más el título del libro, que el estímulo de sus corvas. Otra vez esos cuentos que según ella son una revelación, el dichoso Palou no imagina que tiene en mi mujer a su más enfático admirador; es un Cortázar mexicano, dice mientras vuelco los ojos intentando quedar bizco; no me jodas, le contesto siempre. En realidad me siento celoso. Ahora podría soltarle una pulla, pero prefiero dejarla tranquila, en su paz envidiable, llegar hasta el refrigerador y empinarme de un pomo vigilando que no me vea. Por ella vivo en medio de este laberinto al que llaman ciudad. Yo prefería una casa en las afueras, y quizás hasta más pequeña. Milagrosamente el dinero del premio me alcanzó para comprar la jodida impresora. Cuando Marcelo llegue le diré que no he podido hacer nada, que necesito más tiempo, pero que no se preocupe, todo va a estar en fecha para entregarlo a la editorial.

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Madrugada

La madrugada y yo somos gemelos.
Ambos contrapartida de la luz
que ciega y entra por el tragaluz,
preñando de heredad los cinco cielos.

La madrugada y yo somos la usanza
de un mismo Dios enloquecido y solo.
Ambos pujamos hacia un mismo polo
ausente de inquietud y de esperanza.

La brusca oscuridad es nuestro credo
y el siseo del búho es nuestra pena.
El despertar que irrumpe nos condena,
nos libra del ocaso y sus querellas.

Solo nos desvelamos cuando el miedo
duerme en la infinitud de las estrellas.

(Publicado originalmente en Árbol Invertido)

A propósito de una inmersión en los poemas de Rubiel G. Labarta

Apnea es una palabra griega que quiere decir «sin aliento». Y una apnea se define como una pausa en la respiración de al menos 10 segundos. También con este nombre se denomina una enfermedad asociada con el cese completo de la señal respiratoria; así como un deporte extremo que consiste en el buceo a pulmón o buceo libre, el cual tiene como base la suspensión voluntaria de la respiración dentro del agua mientras se recorren largas distancias o se desciende hasta grandes profundidades.

La escritura de un poema, la intención de hacer poesía a través de las palabras, es también una inmersión profunda. Y de esta idea de la inmersión, como quien mete la cabeza en el hueco de un avestruz para mimetizarse y sobrevivir; de la pausa en el respirar, acaso buscando o necesitando un break para paliar toda la carga de estar vivo; y de la necesidad constante de salir a flote a pesar de todo el océano de dudas y desdichas que gravita sobre nuestras cabezas, surge la idea de este libro, Apnea (Ediciones Ávila, 2022), por el cual su autor, Rubiel G. Labarta (Holguín, 1988) mereció en 2021 el Premio Poesía de Primavera que otorga la Asociación Hermanos Saíz en Ciego de Ávila.

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Soneto

No quiere ser soneto este soneto
que insisto en escribir eternamente.
No quiere ser aliado del presente
ni del mañana estéril; solo el quieto

día de ayer parece ser su asueto.
No tiene fin posible la estridente
batalla que libramos frente a frente.
Él lucha por no ser, y yo arremeto.

Las inestables horas se estremecen
acaso por temor a lo sabido.
Se encabrita el soneto. En su montura

voy, queriendo batir toda la hechura
que los ocres recuerdos ennoblecen.
Y el soneto persiste en ser olvido.

Las ortigas de Junichiro Tanizaki

Después de las literaturas rusa y norteamericana, la que más curiosidad me despierta es la japonesa. Hay como un halo extremadamente seductor que recubre muchas de sus obras. Y cuando digo esto pienso, en mayor medida, en las novelas de Yasunari Kawabata, Yukio Mishima y Junichiro Tanizaki.

Y precisamente de este último he terminado de leer Hay quien prefiere las ortigas, una breve novela, publicada en 1929, en la que se relata la historia de Kaname y Misako, quienes no encuentran la forma de terminar su matrimonio, muerto prematuramente, por falta de interés, dedicación y deseo.

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Diez novelas tan buenas como tan breves

Como no siempre tenemos la disposición, el ánimo y el tiempo necesario para leer una novela de 500 páginas, y muchas veces la cantidad no va de la mano con la calidad, acá recomiendo 10 novelas que pueden ser leídas con una inversión mínima de tiempo.

Si bien he disfrutado de novelas extensas como Vida y destino, de Vasili Grossman, o 2666, de Roberto Bolaño, también he sufrido con otras que he tenido que abandonar después de haber recorrido un largo trecho. Por ello recomiendo estas diez novelas cortas que no tienen nada que envidiarle a ningún “trabuco”.

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La tormenta

Hoy ya sin Dioses ni reposo,
ajeno a todo límite predecible,
multitud de serpientes me aguardan.
Ásperos infortunios desollarán las horas
y arrancarán lágrimas a la tierra impía y perjura que me acoge.
Dondequiera que vuelva los ojos
encontraré heridas de una matanza
en la que extraviaron los rostros todas las quimeras.

¡Oh, desesperanza que acechas a los hombres!
¡Oh, acuchillador de los milagros que esperas con mísera calma!

El trono está servido a las aves de la perdición,
a guerreros sin vida, al cielo de la tardanza.
La patria errante del forastero me sonríe como un cadáver.

¡Oh, torbellino que hieres la noche desatando preguntas!
¡Oh, bosque enano de mi isla muerta!

Todos los ojos abiertos al ocaso
a la angustia, al vagido dulce y melancólico.
Toda la noche leal a mi destino.
Todo el silencio aguardando mi muerte.
El llanto grave de hojas caídas.

Onel Pérez: Un silencio construido

Onel Pérez (Baire, 1988) hizo su debut poético con un libro de nombre lapidario: Fosa común (Ediciones Ávila, 2018). Querer o desear que su ópera prima emule con una fosa común, o sea tomado por cual, es ya una metáfora que habla de la acción de escribir y la condición pétrea del poema. Y justamente, el primer texto que hallamos, “Lenguaje directo”, anuncia y enuncia la intención que el autor ha puesto en la forma y también en el contenido. Tanto el lenguaje, como la mayoría de las imágenes creadas por el mismo, son de una sobriedad y rudeza casi cortante. El poeta, incluso, llega a ser lacónico, y capta en unas pocas líneas el sentido de lo que nos intenta decir, o en ocasiones callar. El poeta es un silencio construido,¹ dice hacia el final del poemario y este verso casi se revela como un ars poetica.

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La vida es un fractal continuo

Si tomamos como punto de partida que los fractales son objetos autosimilares o autosemejantes cuyas partes tienen la misma forma o estructura que el todo —aunque pueden mostrarse a diferente escala o estar ligeramente deformados—, entenderemos el afán repetitivo, recalcador y perfeccionista de los poemas que conforman Bosques fractales, libro de José Rolando Rivero (1957-2022), merecedor del Premio Nicolás Guillén en 2016 y publicado por la editorial Letras Cubanas en ese mismo año.

Su punto de partida nos somete al denuedo de la reescritura: la vuelta sobre un texto como leitmotiv de vida, pues el mismo deviene trama de la respiración, no se escribe para satisfacer una vanidad necesaria, ni por urgencia o carestía, se escribe porque la escritura es derivante de la existencia, palabras que brotan de la realidad y se forman o deforman a medida que se inhala o exhala. Si más adelante en este mismo texto, que preabre la primera de las cuatro sessions de las que está compuesto el volumen, el autor anuncia: el texto no es un objeto más de nuestro propio mundo, sino un mundo entero en sí mismo,¹ entenderemos que estos fractales se derivan de ese texto mayor que es “la vida”. Y no he dicho poemas, sino fractales, aun cuando el poeta anuncia la similitud de sus versos para con los bosques; pues ¿qué es un bosque sino una forma repetitiva, un cansancio autogenerado? El sustantivo cede ante la fuerza del adjetivo.

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