Vals de los pífanos

Sobre el horizonte avanza la tempestad.
Las cabras huyen como ángeles
que ignoran la piedad de Dios.
Los centinelas de las horas también ignoran
sobre la piedad y sobre Dios y huyen.
Ignorar puede ser un soplo lenitivo,
una caricia de encapuchado aliento.
Sobre todo si se trata de horas
y de condición humana.
De cuerpos sangrientos y filosos corazones
que huyen hacia el final de las trampas.

Este silencio es el llamado de la tormenta,
la rabia de sus alas arranca todo.
La noche abierta como un gemido
y los cuerpos sobrevolando
con las gargantas destrozadas.
Oh, tempestuosa sangre de mis venas,
cuánta angustia en mis párpados.
Es otra trampa este yo mortecino,
esta irrealidad de los tiempos.
Ya escucho a las madres derramando
el llanto de los mundos.
Ya escucho a los traidores enunciando mi final,
que es idéntico al final preconizado.

Hablar de poesía

Creo que no hay nada más difícil, pues no es otra cosa que hablar de la subjetividad, del pensamiento, del acendramiento interior de una idea. La poesía es producto del cuestionamiento, del preguntarse y horadarse sin respuesta. O sea que el poeta es un filósofo que entiende que el secreto del universo es una mierda; y más allá que preguntarse de dónde venimos y hacia dónde vamos, lo cierto, lo tangible, es que estamos, somos, y respiramos por algún milagro o rara inercia. El presente es el único verbo posible. Los ojos del poeta están en todos los tiempos a la vez, pero este sabe, es consciente, de que el hoy es el punto de apoyo para toda travesura posible.

Pues justamente eso es la poesía, una travesura, una diablura infantil. En el alma de todo poeta duerme un niño, un niño que no se reconoce y se busca en todas las miradas, en todos los roces, un niño que demanda un excesivo afecto Seguir leyendo

Juegos de inocencia

Mi cuerpo desaprendido
flota entre la hierba doliente.
¿Dónde está la calma,
la paz angustiosa del fulgor?
La niebla se ha situado en mis ojos
como un manto.
Melodía la que hierve en tus alas.
Anhelante la ilusión del joven que fui,
la embriaguez de las casas dormidas.
¿He de quedar pronto dispuesto a la tormenta?
Sólo me invito a recordar lo que no fue,
a deshacer sombras de llanto.
La nieve late en mi garganta.
La sangre, en mis rodillas, tiñe la yerba.
Tristes goces de la infancia
golpean mi pecho y me iluminan.

Los libros robados

Comienzo haciendo una salvedad: jamás le he robado un libro a un amigo; es más: jamás le he robado un libro a nadie. Sin embargo, he robado centenares de libros, yo diría que ya debería andar rondando el millar, o es muy probable que hasta lo haya sobrepasado.

Es un poco difícil hacer una confesión como esta, pues mucha gente ha de verlo como un acto punible; pero lo cierto es que yo me regodeo en el goce que me provoca esa ratería, ese arrebatarle al Estado —Rey Sol que nos domina, ente aparentemente abstracto— lo que ha dispuesto para su propio fin; pues la lectura y el conocimiento es el primer paso hacia la disidencia, el abandono de esa ignorancia en la que muchos intentan mantenernos. Seguir leyendo

Soledades

Desde el miedo a los silencios se tensa la noche.
La lluvia es el llanto en la madrugada.

Todo se traga al tiempo.
Todo se lo traga el tiempo.

Vamos a un mismo sitio
donde los amores se cortan
y los deseos mueren.

La noche es borrasca,
lluvia diminuta en los techos de agua,
escabullida del aire entre las ramas.
La noche es el miedo a los silencios.
El llanto de las madres.

Los libros prestados

Insisto en prestar mis libros porque creo que mientras más ojos se posen sobre ellos más efectiva será la vida de ese objeto perdurable, aunque no imperecedero. No obstante, siempre lo hago con desconfianza; hay una parcela egoísta de mi ser a la que no le gusta mucho esta acción de dádiva. A veces siento que me sentiría mejor si no prestara ninguno, y los dejara todos a mi alcance, para mi único y denodado roce; actitud que se exacerba cuando alguno no vuelve a casa por tal o más cual razón, o cuando viene deshecho o con las hojas magulladas. Pero es solo una leve parcela, insisto.

Lo gracioso, o irónico, es que no escatimo a la hora de pedir yo alguno en préstamo; y debo a esta práctica el haber leído muchos de los mejores libros que han pasado por mis manos: 2666, de Roberto Bolaño; La conjura de los necios, de John Kennedy Toole; La escopeta de casa, de Yasushi Inoue; Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa (la cual considero la mejor novela que jamás se ha escrito Seguir leyendo

Hablando de otras noches mal soñadas

1
Siempre lo he dicho: es duro llegar a cualquier sitio.

Hay noches vacías como el rostro
del que no ha amado.
Hay sonrisas que no ríen.

Hay fronteras entre mi deseo y yo,
entre ese que quiero ser y yo.

Las paredes no esperan mi sombra,
las aceras no aguardan mis pasos.

Todo es ansia irremediable / impulso decapitado.

Tú vienes y vas por mi ilusión,
estás en mí hecha una idea volcánica,
un aluvión de caricias,
un cercenar las soledades. Seguir leyendo

Love: El amor es aberrante

Escribo en caliente. Apenas hace unas horas que apagué mi PC y me fui a la cama afectado por las escenas de Love, el más reciente filme de Gaspar Noé, de quien guardo el agraciado recuerdo de las tantas horas dedicadas a ver, volver a ver, pensar y repensar, Irreversible, ese filme que me resulta tan duro y lapidario como su título. Love no. Love es otra cosa. Una película mediana de la cual escribo impulsado por los resortes de la traumática historia que cuenta.

Murphy (estudiante de cine) y Electra (de pintura), se conocen y luego de conversar durante toda una tarde se hacen novios. Las palabras que anteceden al primer beso tal parece que fueran a regir su destino (pregunta Murphy: “¿Cuál es el sentido de la vida?”, a lo que ella responde: “Amor”), y lo hace, al menos en Murphy, que es en quien se centra la película Seguir leyendo

El Escribano

1

Al teniente Soto le decían Savimbi por ser más prieto que una noche bien oscura. Negrísimo, bajito, y se podría decir que delgado, aunque de músculos compactos y definidos. Ante el pelotón —parado en firme, su uniforme ausente de arrugas, el cinturón apretado, la gorra apenas rozando la rapada cabeza—, nos parecía imponente, temerario.

El teniente Soto era imponente y temerario. Sumamente recio. Nos infligía un rigor avasallante y castigaba con cruda severidad. Lo odiábamos desde el día en que nos hizo arrastrar sobre la pista pedregosa de atletismo. Lo odiábamos con la misma potencia con que le temíamos. Solo Rolando trató de encarársele en contadas ocasiones, pero cuando el teniente Soto se le paraba delante, su cuerpo parecía empequeñecerse y su voz se convertía en un lamento. Seguir leyendo

Mi corazón

Mi corazón es un pozo donde caen
las muertes y sangran oscuros manantiales.
Un país que perdió las fronteras con el dolor
y huye como un tigre moribundo.
Mi corazón es un llanto de cabras.
La ruta a los abrojos.
El pretexto de estas horas.

Mi corazón es la conclusión del miedo.