Sobre el horizonte avanza la tempestad.
Las cabras huyen como ángeles
que ignoran la piedad de Dios.
Los centinelas de las horas también ignoran
sobre la piedad y sobre Dios y huyen.
Ignorar puede ser un soplo lenitivo,
una caricia de encapuchado aliento.
Sobre todo si se trata de horas
y de condición humana.
De cuerpos sangrientos y filosos corazones
que huyen hacia el final de las trampas.
Este silencio es el llamado de la tormenta,
la rabia de sus alas arranca todo.
La noche abierta como un gemido
y los cuerpos sobrevolando
con las gargantas destrozadas.
Oh, tempestuosa sangre de mis venas,
cuánta angustia en mis párpados.
Es otra trampa este yo mortecino,
esta irrealidad de los tiempos.
Ya escucho a las madres derramando
el llanto de los mundos.
Ya escucho a los traidores enunciando mi final,
que es idéntico al final preconizado.